Resonó
entonces un grito en el Cielo: “¿Quién como Dios?”
Entre el
ángel rebelde y el trono del todopoderoso se levantaba “uno de los primeros
príncipes” (Dan 10, 3), un serafín incomparablemente más esplendoroso y fuerte
de lo que había sido “el portador de la luz”.
¿Quién era
éste que se atrevía a desafiar al más alto de los ángeles y ahora refulgía
invencible, revestido con “el poder de la divina justicia, más fuerte que toda
virtud natural de los ángeles” 12?
¿Quién era
éste? Llama viva de amor, hoguera de celo y humildad, ejecutor de la divina
justicia.
“¿Quién
como Dios?” – Millones de millones de espíritus angélicos repitieron el mismo
grito de fidelidad. “¿Quién como Dios?” – Este signo de fidelidad, que en
hebreo se dice Mi-ka-el, se transformó en el nombre del serafín que, por su
caridad sin parangón, fue el primero en alzarse en defensa de la Majestad
ofendida.
Michael,
Miguel: nombre que expresa, en su sonora brevedad, la alabanza más completa, la
adoración más perfecta, el reconocimiento más lleno de amor a la trascendencia
divina y la confesión más humilde de la contingencia de la criatura.
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