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4 dic 2013

Cuando San Miguel Arcangel desciende del Cielo el mar es perturbado y tiembla la Tierra


San Miguel Arcángel Oraciones y LetaniasEn el Antiguo Testamento Jericó fue la tierra bendita donde San Miguel posó por primera vez sus pies. Mientras Josué, el nuevo Jefe de Israel se encontraba en el territorio de la ciudad, preocupado por la conquista de ésta, alzando los ojos vio ante sí a un hombre con la espada desenvainada. Sorprendido por esta insólita actitud le preguntó:

“¿Eres de los nuestros o de los enemigos?”.
“No, respondió él, soy un Príncipe del ejército del señor y llego en este momento”.
Josué cayó con la cara en la tierra diciendo:  “¿Qué es lo que ordena mi Señor a su siervo?”.
“Desata las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás es santo”.

Es tan excelsa la santidad de San Miguel que, donde se posan sus pies se convierte en un lugar sagrado. Mientras más santifique el alma de sus devotos los cuales están en contacto espiritual con él mediante la oración humilde y confiada, él presenta como incienso reconocido a la Santísima Trinidad.

No es menos importante la segunda aparición de San Miguel sobre el Monte  Horeb, sobre la tumba de Moisés, en la visión de San Judas Apóstol. Sabiendo el diablo el lugar en donde Dios había sepultado el cuerpo de Moisés, quiso revelarlo al pueblo de Israel, para inducir a este pueblo a que adore a Moisés como a un Dios.

El santo celo de San Miguel para salvar a los hebreos de una nueva caída e infidelidad, enfrenta a Satanás en el sepulcro de Moisés con el arma de la inteligencia, convenciéndolo del gran mal que quería hacer. A pesar de su invencible poder y suprema gloria no se atrevió a atribuirse la victoria o a pronunciar la sentencia de maldición o venganza como lo hacen los hijos de Adán, solamente dijo con humildad:

“Que el Señor te reprenda” (Carta San Judas. 9).

Hasta hoy nadie ha sido capaz de encontrar la tumba de Moisés. Después de casi 1.600 años de su muerte, Moisés se apareció a Elías junto a Jesús en la transfiguración sobre el Monte Tabor, es lícito pensar que por su singular misión y heroico amor por el pueblo que le fue confiado por Dios, el día de la Ascensión de Jesús, Moisés entró en el Cielo con todos aquellos que resucitaron de sus tumbas, en el momento en que el Redentor expiró en la Cruz.

Dios dispone en seguida que Moisés sea glorificado también en la tierra, en el templo del mismo Jesús, con el cual habló en el Monte Tabor. Pues en Venecia existe desde hace siglos una maravillosa iglesia dedicada a San Moisés, donde su culto es siempre vivo y su intercesión por el pueblo es siempre eficaz.

Después de algunos siglos San Miguel se le apareció a Gedeón en la ciudad de Efra y le dijo:

“El señor está contigo, oh hombre fuerte tú vencerás a los Madianitas como si fueran un solo hombre”.

Y lo invitó a destruir esa misma noche de la aparición, todos los falsos dioses existentes en los bosques de su familia. Gedeón obedeció con generosa prontitud. La aparición de San Miguel es estupenda en el reconstruido Templo de Jerusalén, bajo el Pontificado del gran Sacerdote Onías.

Heliodoro, ministro de la corte del rey de los Asirios, fue enviado a Jerusalén a requisar todas las riquezas contenidas en el templo. Mientras Heliodoro con sus hombres se aprestaba a poner en ejecución su orden, se le apareció en el Templo un caballo enjaezado con una riquísima montura,  con un majestuoso y terrible caballero que estaba sobre él, revestido por una amargura, de oro. Este, moviéndose con ímpetu, golpeaba a Heliodoro con las patas traseras del caballo. Se le aparecieron otros dos jóvenes de aspecto vigoroso de una belleza deslumbradora y con vestidos magníficos. Ellos, de un lado y de otro lo pegaban ininterrumpidamente, propinándole una lluvia de azotes. Heliodoro cayó en la tierra, lo tomaron y poniéndolo en una silla portátil, se lo llevaron, San Miguel le dijo:

“Ya puedes estar muy agradecido al sumo sacerdote Onías, pues gracias a él el Señor te mantiene con vida. Después de este castigo del Cielo, confiesa a todos el gran poder de Dios” (2 Macabeos 3,25-27;33-34).

La historia verdadera de Heliodoro muestra a todos la inmutable santidad de Dios y el celo ardiente de San Miguel al defensor con sus Ángeles el honor de Dios y el honor de su Casa. Además de San Miguel Arcángel, muchos Príncipes Angélicos han intervenido en la vida de los hombres y de las naciones, comenzando desde el origen del hombre.

También el Nuevo Testamento es rico de intervenciones angélicas. Sirven con gran solicitud a Jesús y a María Santísima como su Rey y Reina durante su vida terrenal con un amor inmenso, como al inicio de la Creación. Cantan la gloria del Verbo Encarnado, invitan a pastores para que adoren al Infante Divino, y transmiten a San José toda orden por parte del Altísimo.

Sirven a Jesús hambriento en el desierto al final de su largo ayuno. Lo acompañan en su camino por las polvorientas calles de Palestina. Es conmovedor el hecho de que el Ángel consuela a Jesús agonizante en el huerto de los olivos, y que todos creen, por la dignidad de Jesús, que podía ser solamente San Miguel Arcángel. ¡Que la paternal Bondad de Dios nos conceda a todos nosotros la gracia que San Miguel venga a consolarnos en nuestra agonía!

Por su parte San Miguel se muestra atento con sus Ángeles al defender el pequeño rebaño no solo en Oriente sino también en Occidente por los lobos feroces. Sucedió en el año 452, que llegó a Italia el rey de los Hombres, Atila, quemando y devastando todo por donde pasó con su armada. Para él, el camino estaba abierto aún el que iba a Roma. Lo fue a encontrar el gran Pontífice San León Magno suplicándole que no dañe la ciudad junto con sus habitantes. Después de un breve coloquio, Atila prometió la paz y se dirigió con los suyos por el camino de regreso. Sus generales, que esperaban obtener los ricos botines, le reprocharon por su insólita clemencia. Atila respondió:

“No me he rendido por las palabras del Papa: me rendí porque vi a un Ángel esplendoroso con la espada desenvainada detrás del Pontífice, listo para matarme”.

Así San Miguel inició su fiel asistencia a los Pontífices de la Iglesia Romana y continuará hasta el fin del mundo.

Han pasado más de cien años, y lo vemos que aparece nuevamente en Roma sobre la antigua tumba del emperador Adriano, que la piedad cristiana después de la prodigiosa aparición ha denominado “Castel Sant”Angelo”. Sobre este mausoleo, el Papa San Gregorio Magno vio a San Miguel Arcángel durante una procesión de penitencia y de reparación para implorar a Dios el cese de la peste, que cobraba muchas víctimas. El Celestial Príncipe Miguel enfundó su espada y la peste de detuvo. Este milagro sucedió en el año 599, y la gratitud del pueblo romano erigió una estatua de San Miguel sobre la torre de la antigua tumba imperial.

San Miguel fue el primer defensor de Jesucristo y de su Virginal Madre, defendiendo con el mismo celo la gran Obra Divina, la Iglesia, desde Oriente hasta el Occidente frontera de la Europa cristiana.

Se le apareció en Francia en el año 708 a San Auberto Abad, pidiéndole que erija sobre la cima del Monte Tombe un Santuario en su honor. El Santo abad cumplió con diligencia la orden del Príncipe Celestial. Desde aquella aparición el Monte cambió también de nombre y por siglos se llama “Monte Saint Michel”, meta de los peregrinos devotos del Arcángel, después de que fue tomado durante la Revolución Francesa en 1789 y destinado por mucho tiempo a ser una prisión. De todas partes de la tierra en donde San Miguel puso piedras, alza la Cruz diciendo “¡Ecce Crucem domini, huyan potencias enemigas! ¡He aquí la Cruz del Señor, huyan potencias enemigas!.

Por expresa Voluntad Divina el Palacio Real Principal de San Miguel está en la cima del Monte Gargano, santificado con cuatro apariciones iniciadas en el año 490 después de Cristo.


¡Solamente en el fin del mundo podremos ver los prodigios y las Gracias concedidas por la Divina Misericordia a los hombres y al mundo entero por la poderosa intercesión del gran Príncipe Celestial, San Miguel y por sus Ángeles!

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