Es muy
sencillo, breve y eficaz. Consagrarte a San Miguel Arcángel es una de las
mejores cosas que se pueden hacer en este mundo.
Antes de
empezar a escribir Así se vence al demonio, el padre Salvador, exorcista de
Cartagena (Murcia) me preguntó: ¿Te has consagrado a nuestro patrono?”.
Y me faltó
tiempo, la verdad, para hacerlo...
Conseguí
una medalla del príncipe de las milicias celestiales y recé con todo el fervor
de que fui capaz la oración de consagración. En el reverso de la medalla que
siempre llevo colgada al cuello junto con el escapulario de la Virgen del
Carmen y la Cruz de San Benito, figura esta inscripción:
“Yo, José
María, estoy consagrado a San Miguel Arcángel. La Santísima Trinidad y la
Santísima Virgen vienen conmigo. San Miguel y su Ejército me defienden de todo
mal”.
Prueba tú
mismo a consagrarte a tan poderoso guardián y verás cómo notas su protección.
Te dejo aquí la oración:
“¡Oh,
nobilísimo Príncipe de la jerarquía angélica! Valeroso guerrero del Altísimo,
celoso defensor de la gloria del Señor, terror de los espíritus rebeldes, amor
y delicia de todos los ángeles justos, mi queridísimo Arcángel San Miguel,
deseando formar parte del número de tus devotos y siervos, hoy a ti me
consagro, me ofrezco y me entrego.
“Coloco mi
persona, mi trabajo, mi familia y todo lo que me pertenece bajo tu poderosísima
protección. Es pequeño el ofrecimiento de mi servicio, siendo yo un miserable
pecador, pero acepta generosamente el ofrecimiento de mi corazón. Acuérdate de
que de hoy en adelante estoy bajo tu amparo y que debes asistirme durante toda
la vida. Alcánzame el perdón para mis numerosos y graves pecados; la gracia de
amar a Dios con todo mi corazón, a mi muy querido Salvador Jesucristo, a mi
Madre Santísima y a todos los hombres, mis hermanos, amados por el Padre y
redimidos por el Hijo. Obtenme los auxilios necesarios para alcanzar la corona
de la Eterna Gloria.
“Defiéndeme
de los enemigos del alma, especialmente en la hora de mi muerte. ¡Oh, Príncipe
gloriosísimo! Asísteme en la última lucha, arroja lejos de mí y precipita a los
abismos del infierno al ángel soberbio y prevaricador que un día postraste en
combate en el Cielo. En esa hora, San Miguel Arcángel, condúceme ante el trono
de Dios para cantar contigo y con todos los ángeles la alabanza, honor y gloria
de Aquel que reina por todos los siglos. Amén”.
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