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23 feb 2014

La primera batalla de una guerra eterna San Miguel Arcanguel


Hubo una gran batalla en el Cielo” (Ap 12, 7). Lucha entre ángeles y demonios, lucha de la luz contra las tinieblas, de la fidelidad contra la soberbia, de la humildad y el orden contra el orgullo y el desorden. “Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron” (Ap 12, 7).

Satanás, lleno de orgullo y “obstinado en su pecado” 13, “arrastró la tercera parte”(Ap 12, 4) de los espíritus angélicos, hundiéndolos consigo en las tinieblas eternas de la rebelión.

Pero no prevalecieron, ni hubo más lugar para ellos en el cielo. Ese gran dragón, que se llama demonio y Satanás, fue precipitado junto a sus ángeles (Ap 12, 8-9) en los abismos tenebrosos del infierno (Pe 2, 4).

Un inmenso clamor llenó el universo: “¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Ha sido precipitada al infierno tu arrogancia!” (Is 14, 11-12).


Y mientras el serafín rebelde era visto “caer del cielo como un rayo” (Lc 10, 18) y ser condenado al fuego inextinguible, “preparado para el Diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41), san Miguel era elevado por el rey eterno a la cima de la jerarquía de los ángeles fieles y se convertía en el “gloriosísimo príncipe de la milicia celestial”, como lo designa la liturgia de la Santa Iglesia Católica.

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