Pero mucho antes del profeta Daniel era ya San Miguel conocido
de los hombres, como los vemos en la epístola de San Judas con motivo de la
victoria que consiguió del demonio. Muerto Moisés, aquel insigne obrador de
tantas maravillas, conoció muy bien el demonio que el pueblo de Israel, tan
propenso naturalmente a la idolatría, acordándose de tantos prodigios como le
había visto obrar, no dejaría de tribular cultos divinos a su cuerpo,
forjándose de él un ídolo; y con este depravado fin pretendía mover los
israelitas a que le erigiesen un magnífico mausoleo. Pero lo estorbó San Miguel
como protector del mismo pueblo, y dispuso las cosas de manera, que los
israelitas nunca llegaron a descubrir el cuerpo de Moisés.
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