Desde los
tiempos de Jesús, los hebreos creían que san Miguel era el ángel encargado por
Dios para cuidar las fuentes de agua que tienen efectos curativos. En la
tradición, se le considera como el ángel que guió al pueblo de Israel por el
desierto y le hizo atravesar el mar Rojo; también el que hizo que el agua
brotara de la roca que Moisés tocó con su bastón para así calmar la sed del
pueblo. En el Evangelio de san Juan, capítulo 5, se habla del ángel que movía
las aguas de la piscina de Betesda y que algunos creen que era san Miguel.
El año 452,
Atila con su ejército se presentó a las puertas de Roma dispuesto a
conquistarla a sangre y fuego. El Papa León I consagró Roma a san Miguel
arcángel y, después, salió al encuentro de Atila. Y ocurrió el milagro. Atila
se alejó de Roma. Inmediatamente, edificaron una iglesia al arcángel san
Miguel, que le fue consagrada el 29 de setiembre y desde entonces ese es el día
de la fiesta de san Miguel. Después del concilio Vaticano II, se le añadió
también la fiesta de los arcángeles Gabriel (25 marzo) y Rafael (24 octubre).
El culto a
san Miguel estaba muy difundido en Egipto. Se sabe que en el siglo IV había un
templo consagrado a él. La iglesia de Alejandría puso bajo su protección al río
Nilo del que dependía la riqueza del país. Su fiesta la celebraban el 12 de
junio, período en el que el río comenzaba a crecer.
En
Constantinopla había una iglesia dedicada a san Miguel, edificada por el
emperador Constantino. Se le llamaba Michaelion y se creía que el arcángel se
había aparecido allí y obraba milagros.
Sobre esto,
escribe mucho el historiador Sozomeno. Sozomeno nació en Palestina en el siglo
V y vivió en Constantinopla como abogado y autor de varios libros de historia
de la Iglesia. Él dice:
"Todos
los que tenían grandes penas o tenían enfermedades incurables se acercaban al
templo a orar y pronto se libraban de sus penas".
Los
emperadores bizantinos, como refiere el historiador Raymond Jenin, edificaron
varios templos a san Miguel, considerado el protector del Imperio. En
Constantinopla y sus alrededores, había unos 16 santuarios dedicados al
arcángel.
El cronista
bizantino Johannes Malalas (491-565), autor del libro Cronografía, donde
anotaba los hechos notables de su tiempo, hace muchas referencias a san Miguel
con relación a los emperadores bizantinos.
Es conocido
el hecho que cuenta san Eusebio en su Historia eclesiástica (IX, 9), donde
informa que Constantino tuvo una visión en la Galia. Vio una cruz con la frase
in hoc signo vinces (con esta señal vencerás). A raíz de esta visión, hizo
preparar un estandarte con la cruz, y san Miguel lo llevó a la victoria. Parece
que esta visión fue cierta, ya que parece del todo inverosímil que hubiese
imaginado algo tan impopular en un ejército mayoritariamente pagano en aquel
entonces. El año 313 dio el reconocimiento oficial del cristianismo en todo el
imperio.
Durante el
pontificado de san Gregorio Magno, en el año 590, una terrible peste estaba
haciendo una horrible mortandad entre la población de Roma. El Papa ordenó que
se hiciera una procesión penitencial desde Santa María la Maggiore. El mismo
Papa llevaba una estatua de la Virgen durante la procesión.
Cuando
llegaron al puente sobre el Tíber, oyeron cantos de ángeles y, de pronto, sobre
el castillo de Adriano, que hoy se llama Castel Sant´Angelo (Castillo del santo
ángel), se apareció el arcángel san Miguel. En su mano llevaba una espada. En
esemomento, cesó la peste.
A santa
Juana de Arco (1412-1431) se le manifestó el arcángel en diversas ocasiones,
pidiéndole que tomara las armas para defender a su país. A los 13 años, comenzó
a oír las voces del arcángel. En el proceso que le hicieron afirmó que la
primera aparición fue de san Miguel.
Dice: «Lo
vi con los ojos. No estaba solo, estaba en compañía de ángeles del cielo».
La voz del
arcángel le enseñaba a comportarse bien y a frecuentar la iglesia. Pronto se
unieron a san Miguel la visita de santa Catalina y santa Margarita. Con su
ayuda, ella consiguió convencer al delfín para que la acompañara a Reims para
ser coronado rey. También le dijeron que sería tomada presa. La quemaron viva a
los 19 años. El proceso de rehabilitación tuvo lugar en 1455 por deseo del rey
Carlos VIII y del Papa Calixto III.
San
Francisco de Paula (1456-1508) tenía mucha devoción a san Miguel, quien se le
apareció en una visión y le inspiró el lema de su Orden de los Mínimos que
había fundado. El lema era Charitas (amor). San Alfonso María de Ligorio,
fundador de los Redentoristas, era tan devoto de san Miguel que, en cada
habitación de la curia episcopal, había puesto un cuadro de san Miguel y quiso
que sus religiosos renovasen cada año sus votos en la fiesta de san Miguel.
En 1733,
cuando san Gerardo Maiella tenía 7 años, un día, mientras asistía a misa, se
acercó al altar para recibir la comunión, pero el sacerdote se la negó, porque
era todavía un niño y en aquel tiempo sólo recibían la comunión a los doce
años. El pequeño se quedó triste. Por la noche, se le apareció el arcángel y le
dio la comunión.
San Pablo
de la Cruz (1694-1775), fundador de los pasionistas, era un gran devoto del
arcángel y lo nombró como uno de los principales patronos de su Congregación.
La beata
Rosa Gattorno (1831-1900), gran mística italiana habla de que san Miguel era su
ángel protector, y sobre ello nos cuenta:
«Mientras
rezaba vi a mi arcángel san Miguel con la espada desenvainada en acto de
defenderme… Él me confortó y desapareció. Quedé llena de fuerza y vigor y
hubiera afrontado mil ejércitos.
Un día me
encomendaba a mi ángel de la guarda y, más aún, a aquel que me dio mi Jesús,
Miguel arcángel. Vi un grupo de demonios encendidos que se precipitaban unos
sobre otros. El ángel Miguel los mataba con su espada, pero sólo figuraba el
acto de esta matanza, pues en realidad no los tocaba… Después de medianoche,
incendiaron la puerta de la casa. Salté de la cama hacia la ventana y mientras
me ponía el velo, sentía que me sugerían cómo tenía que hacer y Miguel me
decía: “Yo estoy contigo, quédate tranquila”.
"Otro
día fui a comulgar, pues estaba muy mal en este mes de marzo de 1875. Estaba
muy turbada, pero apenas lo recibí en la comunión, lo vi a mi lado. El ángel
Miguel, junto conmigo, hacía el agradecimiento y con las manos juntas adoraba a
Dios".
"¡Cuánto
sufrí en mi viaje a Roma! No sé cómo expresarlo. Era tal la rabia de los
espíritus infernales que sólo mi ángel san Miguel los podía retener… Mi ángel
Miguel los echaba con la espada desenvainada. Se fueron lejos y no los vi ni
los escuché más".
El santo
Pío de Pietrelcina (1885-1968) era muy devoto de san Miguel. Por eso, muchos
autores creen que fue él quien se le apareció el 5 de agosto de 1918. Dice:
«Me vi ante
un misterioso personaje con una larguísima lanza bien afilada, de la que
parecía salir fuego de la punta».
En el
tercer secreto de Fátima, dice Lucía:
«Hemos
visto al lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más en alto, un ángel con
una espada de fuego en la mano izquierda». Muchos los identifican claramente
con san Miguel.
Cuenta la
beata Ana Catalina Emmerick (1771-1824) en sus
Revelaciones:
«He visto
la iglesia de san Pedro (Roma). Sobre ella resplandecía el arcángel san Miguel
vestido de color rojo, teniendo una gran bandera de combate en las manos. La
tierra era un inmenso campo de batalla. Los verdes y los azules luchaban contra
los blancos: éstos, sobre los cuales había una espada de fuego, parecían que
iban a sucumbir.
»El
arcángel descendió y se acercó a los blancos. Lo vi delante de todos. Ellos
cobraron gran valor, sin saber de dónde les venía. El ángel derrotó a los
enemigos, los cuales huyeron en todas direcciones. La espada de fuego, que
estaba sobre los blancos, desapareció. En medio del combate, aumentaban las
filas de los blancos: grupos de adversarios pasaban a ellos y, una vez, se
pasaron un gran número. Sobre el campo de batalla había en el espacio, legiones
de santos que hacían señales con las manos; diferentes unos de otros, pero
animados del mismo espíritu»"
Nos dice
santa Faustina Kowalska (1905-1938) en su Diario:
«En el día
de san Miguel vi a este gran guía junto a mí, que me dijo estas palabras:
“El Señor
me recomendó tener un cuidado especial de ti. Has de saber que eres odiada por
el mal, pero no temas. ¡Quién como Dios!”.
Y
desapareció. Sin embargo, siento su presencia y su ayuda».
Durante la
primera guerra mundial hay un hecho bien documentado. En Mons (Bélgica) se
aparecieron a los soldados en el campo de batalla muchos ángeles. Los aliados
estaban a punto de sufrir una terrible derrota y pudieron ganar la batalla. Los
soldados británicos afirmaban haber visto a san Jorge y lo describían como de
cabellos rubios y armadura dorada, montado en un caballo blanco. Los soldados
franceses aseguraban que era el arcángel san Miguel, cabalgando en un caballo
blanco. Después de la guerra, los alemanes brindaron su visión de la historia.
Los soldados de caballería afirmaron que sus monturas se negaron, de repente, a
perseguir al enemigo. Y dijeron que las posiciones aliadas, a las que atacaban,
se hallaban defendidas por miles de hombres, cuando en realidad sólo había dos
regimientos.
Unas
religiosas me escribían:
«En nuestra
Comunidad se profesa gran devoción a los ángeles, en especial, a san Miguel, al
cual se atribuye la asistencia milagrosa durante la invasión francesa de 1648.
Todos los templos, conventos y casas particulares de la ciudad fueron saqueados
y robados, menos nuestro convento. Varias veces lo intentaron; pero, al
quererlo ejecutar, aparecía un hombre de aspecto hermoso, alto de estatura, que
con una espada en la mano, defendía la puerta de entrada.
»Las religiosas
creyeron que se trataba de algún oficial francés, pero cuando quisieron
buscarlo para agradecérselo, no se halló a ninguno que diese noticia de tal
capitán ni que hubiera hombre con tales señales. Por eso, se creyó que había
sido el arcángel san Miguel, patrono de la Comunidad, del que hemos recibido
muchos insignes beneficios. Hoy tenemos su imagen en destacados lugares de la
casa. También tenemos devoción a nuestros ángeles custodios y al santo ángel de
la ciudad.»
Durante la
guerra de Corea, tuvo lugar un acontecimiento extraordinario. Un soldado
americano, de nombre Miguel, experimentó palpablemente la ayuda de su patrono,
a quien tenía mucha devoción. Un día de invierno hizo un recorrido con su
patrulla. En cierto momento, se alejó de sus compañeros y vio a un soldado
nuevo, a quien dijo:
"-No
te conozco, pensaba que conocía a todos los de mi compañía.
-Soy nuevo,
apenas llegado, me llamo Miguel.
-Yo también
me llamo Miguel.
Estaba
nevando y subieron a una colina. De pronto, aparecieron 7 soldados comunistas.
Estaban a unos 40 metros.
-A tierra,
le gritó el nuevo Miguel.
-Pero
Miguel había sido alcanzado en el pecho. Después de eso, lo único que recordaba
era ser llevado por unos brazos fuertes. Cuando estuvo seguro, vio al nuevo
Miguel radiante de gloria y la cara luminosa como el sol, con una espada en la
mano, que brillaba con miles de luces. Después, se desvaneció.
Los otros
compañeros llegaron, lo ayudaron y le curaron la herida. Y él preguntó:
-¿Dónde
está Miguel?
Pero no
había otro Miguel y nadie lo había visto. Sin embargo, aquellos soldados
comunistas habían quedado muertos sin que él les hubiera disparado.
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